domingo, julio 30, 2006

Aquí estoy!


Es cierto que todos guardamos alguna pena pequeña o grande en nuestro corazón, lamentablemente, tarde o temprano, esa tristeza se encaja en nuestro cerebro y comienza el dilema de intentar racionalizar nuestros sentimientos, cuestionándonos todo cuanto podemos.

Ya sea a causa de un amor, de la falta de este, el trabajo, de la fragilidad de nuestra salud o la de nuestros seres queridos, siempre hay algo que aletarga nuestros pasos y humedece nuestros ojos haciendo difícil el tránsito por la actual existencia. Así mismo, es imposible tan solo intentar abstraernos de ello y es fácil encontrar gente que se sorprenda de lo que para ellos no es más que un simple problemita, esto hace que callemos nuestro sentir y lo internemos en lo más profundo de nuestro ser, con el fin de no ser víctimas de los prejuicios externos con disfraz de ‘Te lo dije’ o ‘No es para tanto’.

Los expertos coinciden en que es mejor exteriorizar nuestros males a fin de desahogarse, mientras más se hable de ellos el problema irá mutando hasta hacerse mínimo o al menos hasta encontrarles sentido, pero todos sabemos que hoy en día no se nos está permitido llorar. Si lo haces con tus amigos más cercanos ellos te escucharán y confortarán, pero el efecto protector no durará mucho y luego de un tiempo les verás torcer la boca y fruncir el ceño en señal de hastío, producto del repetitivo lamento que para ellos sonará monótono. Con nuestra familia es aún peor, es imposible verbalizar nuestros males con ellos, pues nos causa dolor el pensar que les podemos hacer daño involucrándolos en nuestro sentir. En el trabajo, ni hablar, es bien sabido eso de no mezclar lo laboral con lo personal, quien lo haga verá sumado a sus penas otra más, la cesantía. Hasta ahora todo va mal, si el mundo entero carga con tristezas, a quien confiarles las nuestras?,

Un psicólogo es el personaje idóneo para soportarnos, pero si lo miras bien, no es más que un hombro de alquiler. Cada palabra que le digas será registrada en una cinta o en una libreta de anotaciones que ayudará para, en la próxima cita, situarse en la misma postura como si el tiempo no hubiese pasado desde que le lloraste por última vez, en un acto de hipocresía comparado con la continuidad que deben manejar quienes producen películas.

Una última posibilidad es acercarse a una iglesia y sentarse a sollozar en un rincón, esto ayudaría, de no ser por que al minuto aparecerá alguien con cara de ángel que te extenderá la mano y te prestará un oído mientras con el otro escuchará a sus propios demonios urdiendo el plan perfecto para poder agregar una alma más a su secta, para ellos no serás mas que un adherente más, al que le salvaron la vida y ahora debe pagar con su presencia cada domingo, participación activa en todas las acciones de la entidad, bautismo, control mensual a base de confesiones, visitas a hogares para ‘cazar’ más almas, lecturas bíblicas, diezmo, etc…

Si he logrado sacarte una sonrisa la cosa no está tan mal. Quizás sea necesario solo focalizarse en lo que nos aqueja y cortar de raíz lo que entorpece el camino; Recordar que no somos lo únicos que tenemos una pena y que después de la tormenta viene la calma a pesar de lo tempestuoso del momento. Por lo pronto me ofrezco para oírte, protegerte y reconfortarte, pues he entendido que la forma de liberarme de mi propio dolor es comprendiendo el del resto. Eso si, sin cobros de ningún tipo ni muecas.

Eres importante para ti y para quienes te rodean, hay un mundo allá afuera y está esperando por tu presencia. No esperes a que esa pena se encaje en tu cerebro.

jueves, julio 20, 2006

El cuerpo del deseo


No hay duda, a los 30 muchas cosas cambian, una de ellas y la que trae más de alguna complicación es la metamorfosis que sufre el cuerpo, pues la magia del buen metabolismo de los 20 se acaba cuando menos lo esperamos dando paso la acelerada deformación de lo que en algún momento fue el cuerpo perfecto del tipo fat free.

Siempre hemos escuchado eso de ‘El interior es lo que vale’ o ‘La gente linda es solo un cascarón’ o frases alusivas al poco intelecto que poseen las personas que le rinden culto al cuerpo y que buscan ensalzar lo neuronal por sobre lo corpóreo. Por lo mismo siempre me negué a asistir a un gimnasio y prefería mantener una relativa buena salud por medio de comida sana, trotes vespertinos o bicicletadas por la costa al ritmo de buena música con tal de no parecer frívolo. Pero no fue suficiente, a pesar de los esfuerzos fue imposible recuperar lo que es propio de la juventud activa y que se había retirado gracias al sedentarismo del trabajo y del descanso.

Y me rendí… Busqué un gimnasio que acogiera mi, en ese entonces, desproporcionado cuerpo bajo la premisa de conciliar una imagen externa con la justa cantidad de neuronas como para mantener una conversación mínimamente elevada.

Contaba con poco presupuesto para algo así, por lo que me fui directo al más económico. Al ver que los participantes eran desproporcionadamente mas corpulentos que cualquier ser humano común y que las maquinarias estaban fabricadas artesanalmente con vigas de hierro y en condiciones tales que, con solo tocarlas, adquirías tétano en forma instantánea, salí del lugar con una mueca de frustración y con $10.000 menos en mi bolsillo.

El segundo intento no fue más agradable. Alentado por la lógica de aumentar el dinero para obtener más calidad ingresé a un prometedor gimnasio, máquinas relativamente nuevas sumadas a la limpieza del recinto me dieron confianza, pero todo duró hasta que al tercer día se me ocurre asistir tarde, después del trabajo. Mi vejiga me obligó a ir al baño y se cumplió lo de estar en el lugar incorrecto y en el momento menos indicado. La imagen es difícil de olvidar: Un hombre con cuerpo envidiable besando lujuriosamente a otro de su misma contextura… Y la frase para el bronce, “Disculpen, hagan como que no entré y sigan en lo suyo”. Lo peor?, no me habrían visto de no haber abierto la boca… Con las manos transpiradas de nervios, salí del recinto, no sin antes percatarme de que el 99% de las personas en el lugar eran varones y entrecruzaban miradas como en un tiroteo, siendo yo uno de los blancos.

En el tercer intento me fui a la segura, ubiqué un gimnasio al que asistían mayoritariamente mujeres mayores de 40 años. El recinto parecía aceptable, eso si, nada de máquinas de alto impacto, solo tres pequeñas multifuncionales que bastaban para una rutina simple. Fue inútil no salir del asombro cuando, después de una larga espera, una de esas señoras liberaba una de las máquinas dejando en su respaldo una sopa espesa, mezcla de sudor y grasa líquida, como si hubiese descargado en ella medio litro de excedente. La escena se repetiría con las otras dos, lo que me llevaría a imaginar lo que me pasaría si usara las bicicletas estáticas. Opté por clases de acondicionamiento grupal, solo hasta que descubrí que las respetables cuarentonas me miraban más de la cuenta, como si viesen en mi a un pollo asado moviendo las ‘presas’. Estaba claro que este gimnasio funcionaba, pero no para mi, además comprendí que las mujeres mayores de 40 se encienden hasta con un gordito como yo, solo bastaba con estar en la treintena.

Dejé la idea del gimnasio con ese tercer intento y las frases que hacen diferencias entre lo mental y lo exterior cobran un nuevo sentido para mí. Una imagen que va más allá del esfuerzo físico, quizás después de todo esto, efectivamente se necesitan neuronas para lucir bien, pues hay que batallar con un montón de situaciones que no son comunes y que hay que saber enfrentar.

Aún no pierdo las esperanzas de algún día despertar con el cuerpo perfecto y la mente lúcida. Claramente no será gracias a un gimnasio.

viernes, julio 14, 2006

Monotonía


Es recurrente el escuchar frases como: 'Mañana tengo otro examen', 'Estoy de novio de nuevo', 'Estoy buscando otro trabajo', 'Otra vez es Lunes', 'Me volví a equivocar', 'Subí de peso otra vez', etc... Frases que dan cuenta del eterno déjà vu en el que estamos inmersos durante todo el tiempo en el que el cuerpo nos permite respirar y mientras tenemos conciencia de nuestros actos.

Vivimos en una espiral constante. Así como el día termina con la noche, que da paso a una nueva jornada, siempre después de un 31 de diciembre comienza un nuevo 01 de Enero y siempre después de la tormenta viene la calma y es justo cuando afirmamos que al estar todo tranquilo... es porque algo malo se nos viene encima. Incluso hay quienes sostienen que después de la muerte, otra vida nos espera.

Las rutinas tienden a generar desgastes emocionales, dependiendo donde se presenten, pues ciertamente estamos preparados mentalmente para aceptar repeticiones como el bañarnos (una vez al día, supongo), comer (unos más que otros) y trabajar (puaj!!!). La situación se complica y puede llegar a sofocarnos cuando vemos que nuestros días se repiten como una plantilla sin mayores diferencias. Levantarse a la misma hora, trabajar en el mismo lugar y con la misma gente, volver a casa utilizando el mismo camino, preparar algo de comer (que casi siempre es lo mismo), dormir en la misma cama para volver a despertar a la misma hora...

Siempre existirán aquellos que afirmen que hacen cosas a diario distintas para matar el hastío de ver repeticiones en sus actos: Se van por distintos caminos de ida y vuelta del trabajo, con frecuencia cambian las cosas de lugar en su escritorio y modifican la decoración de la casa, visitan a distintos amigos los fines de semana y hay quienes, incluso, varían su forma de vestir de tanto en tanto. Para ellos la plantilla es la misma, pues variar se vuelve monótono.

Afortunadamente siempre sucede algo que nos saca de la esquizofrénica espiral. Aún con todo lo cíclico y repetitivo que puedan resultar nuestras vidas (o la vida en sí misma), siempre terminamos por asombrarnos con las vueltas irregulares que se nos presentan, haciendo de nuestra rutina una impredecible monotonía.

sábado, julio 08, 2006

Grandes Esperanzas

A menudo nos sucede y en todos los ámbitos, que se nos exige un cierto nivel de entrega o rendimiento superior al de nuestras capacidades con el pretexto de que el ser humano debe estar en continua superación.

En el área laboral o estudiantil el tema es simple tomando en cuenta que somos nosotros mismos quienes decidimos trabajar y/o estudiar donde lo hacemos, por lo que la carga es asimilada sin mayor contratiempo y lo único que nos recuerda que estamos esforzándonos es el cansancio físico que no demora en aparecer.

Distinta es la situación cuando se trata de relaciones humanas, donde será muy difícil e incluso imposible recibir completamente lo que esperamos de alguien o entregar lo que se nos reclama. Pase lo que pase, jamás coincidiremos con las percepciones ajenas y siempre habrá alguien que esperará más de nosotros, nos visualizará de forma distinta o verá compromisos donde no los hay.

En el ámbito de las relaciones de pareja, lo anterior nace de forma espontánea con el inesperado primer encuentro de dos almas un día cualquiera, a una hora cualquiera. Un solo cruzar de miradas con su necesaria dosis de coquetería correspondida y ya se comienza a urdir la compleja trama de suposiciones y exigencias solapadas y silenciosas. Más adelante, una vez establecida la relación, cada detalle (o la falta de este) hará que cada uno se vea en una etapa diferente y suponga un estado distinto en la pareja. Una rosa como regalo, puede tener como intención un romántico ‘En este momento te quiero’, pero puede ser leído como ‘Me amarán por siempre’. Quizás ello explique el que, una vez terminada la relación, siempre queda la sensación de que uno dio o quiso más que el otro.

Dentro de esta temática podremos llegar a pasar la vida entera suponiendo afectos, mendigando atención, inventando lazos y viviendo de fantasmas que pasan a llenar nuestros vacíos emocionales. Una especie de carrera de mil metros planos donde solo corren dos y donde una muralla divide los carriles haciendo imposible saber a que distancia se encuentra uno del otro.

Si el ser humano está acostumbrado a probarse y a probar a otros en cuanto a conocimientos y productividad, qué hace que entre nosotros mismos, a nivel de sentimientos, no podamos manejar nuestras propias exigencias y expectativas?. Quizás la respuesta está como siempre en la comunicación honesta, pero esta vez con un agregado importante y necesario: No traducir esa honestidad en algo dañino. De esta forma podremos dejar el formato de las especulaciones, cambiándolas por proyectos, exámenes, análisis de desempeño, diplomados, estadísticas, oferta y demanda. Sin duda un formato frío, pero créanme que sería efectivo, al menos solo sentiremos cansancio físico.

sábado, julio 01, 2006

Secretos


Tu secreto debe pasar a ser parte de tu sangre.
Proverbio Árabe

La debilidad humana es tener curiosidad por conocer lo que no querríamos saber.
Moliere

No olvides que quien te confió un secreto, no lleva comúnmente más que la máscara y el disfraz de hombre honrado.
Epicteto


A través de los tiempos, los secretos han marcado la historia. Desde el caballo de Troya, hasta la ubicación exacta de Osama Bin Laden, pasando por los mentados de Fátima, la existencia del Área 51 o la muerte de Marilyn. Uno a uno se han acumulado haciendo que el mundo transite por la vereda de la incertidumbre y las teorías.

Convengamos, todos escondemos algo que guardamos celosamente y que deseamos jamás se sepa. Ya sean cosas tan simples e infantiles como la edad o situaciones tan delicadas como la infidelidad producto de un furtivo encuentro casual. Dejar la verdad desnuda ante el resto nos hace sentir vulnerables, sencillamente hay cosas que es preferible esconder, pero ¿Es posible guardar un secreto?

Los secretos son como llaves a portales dimensionales. En mayor o menor grado, una vez develados, se generan cambios que pueden llegar a ser devastadores dependiendo del calibre de lo que se oculta. Quienes tienen verdades dolorosas bajo reserva se ven envueltos en un halo de especulaciones formado por el entorno y comentarios a baja voz, a veces tan dañinos y complejos como lo que se intenta esconder. Son, quizás, los secretos a voces los más difíciles de manejar, la presión del entorno puede llegar a ser tan grande que muchos no llegan a soportarlo. Basta solo con la aceptación por parte del dueño para que se genere un ‘yo sabía’ a coro por parte de los implicados en la red de comentarios que harán que la presión sea mayor aún, pero tarde o temprano llegará la calma y con ella, el arrepentimiento de quien no pudo contener lo que guardaba.

Hablar de secretos sugiere una responsabilidad que difícilmente se puede llevar solo. Inevitablemente, siempre se termina por compartir la carga con la condición de no difundir lo revelado bajo el disfraz de juramento. Una vez compartido el secreto, podemos estar seguros de que ya dejó de serlo.

Yo guardo los míos y prometo no decírtelos… jamás!