lunes, noviembre 27, 2006

Ojos que no ven... Cerebro que no entiende.


El ser humano basa sus decisiones, comportamientos y su vida en general en las certezas, sin ellas la sensación de inseguridad es comparable al de caminar en la oscuridad por un terreno desconocido y con las manos atadas.

Ante una situación desconocida, cuando esas certezas no existen, el cerebro tiende a crear una realidad en base a elementos ya conocidos para así disminuir la incertidumbre y permitirnos encontrar respuestas lógicas que nos ayuden a descifrar el acertijo que se nos presenta, algo similar a lo que realiza el organismo frente a una herida al liberar endorfinas como anestésico natural o adrenalina que nos prepara para huir ante el peligro repentino.

Imaginémonos estando solos en casa y sintiendo ruidos inusuales, será fácil para nuestro cerebro crear una excusa a estos hechos afirmando que la casa es vieja y cruje o que el viento genera tales sonidos.

Así mismo, ante un determinado hecho inexplicable existen innumerables interpretaciones como personas en el mundo, pues las experiencias vividas por cada uno de los espectadores son distintas independiente de la cercanía de unos con otros y estas varían incluso si las personas tienen la misma edad, condición sexual y social. En el caso de las personas que carecen de algún sentido como el de la vista, crearán un universo propio lleno de interpretaciones, percepciones y certezas adecuadas a su situación particular.

Las cosas simples y explicables no se escapan, frente a la imagen de un vaso con agua y a la única pregunta de ¿Qué ves?, las respuestas podrán ser similares, pero nunca las mismas. Algo parecido sucederá ante el estímulo de una caja cerrada y bajo la pregunta de ¿Qué hay en su interior?

Tomando en cuenta lo anterior y entendiendo que nuestra historia sensorial juega un rol importante en la comprensión de nuestro entorno y sus acontecimientos, ¿Qué sucede si nos encontramos ante un hecho cuyo origen o desarrollo es imposible de explicar?

La historia universal esta llena de este tipo de eventos. Hace un poco más de 500 años, tres carabelas llegaban a tierras desconocidas cargadas de hombres dispuestos a derribar la realidad existente con respecto a que la tierra era plana. Al tocar las costas, desembarcaron para descubrir que estas se encontraban llenas de aborígenes. Pensemos por un momento en lo que vieron estos originarios… Ellos mantenían una civilización organizada, lo que habla de una inteligencia desarrollada, pero ¿Cómo pudieron explicar lo que veían si no tenían experiencia alguna que así lo hiciera?.

Osados estudios de psicología plantean que, a pesar de encontrarse los barcos presentes, los indígenas no los veían y se necesitaron días e incluso semanas para visualizar los armatostes, luego de que pudiesen generar la experiencia necesaria en sus cerebros que les ayudara a entender lo que jamás antes se había presentado en su entorno de ninguna otra forma similar.

De ser así, estamos frente a una tesis que deja abierta la posibilidad de que existan situaciones que jamás nadie ha experimentado antes y que, por lo mismo, no se han materializado aún. Pretender que controlamos todo nuestro entorno o que tenemos respuesta para todo es un error. Si vivimos durante milenios asegurando que el planeta tenia forma de plano, ¿Qué nos hace sentir con la seguridad de que tan solo 500 años de redondez son ciertas?

Después de todo basta con mantener la caja cerrada y nunca abrirla, para entender que su contenido puede no existir.

jueves, noviembre 16, 2006

Qué Vergüenza!


Es inútil mantenerse ajeno y aunque nos sintamos seguros de nuestros actos, tarde o temprano aparece gracias al destino que transforma actos involuntarios en algo más parecido a una enfermedad incurable, dejando a su paso atentas miradas en los otros y una incómoda mueca de sonrisa que tiñe de rojo intenso nuestro rostro. Señoras y señores… Su majestad, la vergüenza.

Quedarse atrapado en una puerta giratoria; Estornudar justo antes de saludar de mano a alguien; Sufrir la rajadura de nuestra ropa al nivel de la entrepierna apenas comenzada la jornada y estando lejos de casa; Eructar sin querer mientra está hablando con su jefe; Conversar y sonreír en la sobremesa con un perejil en el diente; Ser sorprendido mirándole el trasero a la pareja de su mejor amigo o hurgueteándose la nariz, son situaciones a las que estamos expuestos diariamente y que son derivadas de nuestra cotidianeidad.

Los niños son grandes generadores de estas situaciones vergonzosas. Es común que ellos repitan en público aquella información que hemos divulgado en la privacidad de nuestro hogar acerca de algún familiar o que den datos íntimos del tipo ’mi papá tiene el trasero peludo’ o 'Mi mamá tiene tetas grandes'. Ante ello no hay mucho que hacer, solo sonreír y dejar fluir la sangre a nuestra cara, esperando que el niño crezca pronto o pensando en dejarlo en casa la próxima vez o siempre.

También existen las vergüenzas evitables, como llegar a una fiesta de disfraces para descubrir que se había cancelado; Vanagloriarse acerca de algún tema que no manejemos sin saber que estamos frente a un experto en la materia; Encontrarse con una conocida y preguntarle acerca de la fecha de parto y recibir como respuesta que su hijo nació la semana pasada o, lo que es peor, nunca estuvo embarazada. Un poco más de preocupación por estar informado o la abstención ante la duda, haría que estas situaciones jamás se transformasen en el deseo de buscar un hoyo para meter la cabeza.

El amor toca nuestra puerta siempre de forma inesperada. A pocos segundos del primer impacto y luego de recuperada la consciencia, es inútil no hacer un barrido mental de todo nuestro ser y más inútil aún el esconder la verguenza de haber comido ajo a la hora de almuerzo o de estar usando la peor vestimenta que tenemos. Si tomamos en cuenta que la primera imagen que entregamos es la más difícil de borrar, la vergüenza hará casi imposible el segundo encuentro. Si logramos pasar a la siguiente fase, las citas nos ayudarán a limpiar la mala imagen que dejamos al principio, permitiéndonos llegar más preparados. En ellas, ahogarse con agua durante la cena y en público, encontrarse con aquella furiosa ex pareja a la cual dejamos hace poco y no de buena forma o pedorrearse después de la primera noche de sexo, nos deja en claro que hay vergüenzas que son inevitables.

Otro ente generador de momentos vergonzosos es el médico. Cuando niños siempre se nos dijo que debíamos usar ropa interior limpia y calcetines sin hoyos, por si teníamos un accidente. Para las mujeres, el ser auscultada por un ginecólogo sumada a la incomoda posición corporal, hace que los pudores salgan transformados en una vergüenza injustificada, más aún si se encuentra en su periodo menstrual. En los hombres, es imposible luchar contra una erección mientas se nos somete a algún examen clínico completo, peor si se trata del urólogo, sobre todo si el doctor es hombre también.

Haga lo que haga, esté donde esté y quiéralo o no, siempre estará latente la posibilidad de sufrir un ataque del destino en su contra, cuyos síntomas son un silencio rotundo y sorpresivo del entorno o la explosión de las carcajadas a su alrededor, seguido del inminente aumento de la temperatura corporal y posterior enrojecimiento del rostro. Sentirá que la tierra se abre bajo sus pies o que hay una cámara escondida grabándole, pero tenga en cuenta que existen tres curas para este fulminante mal: Puede hacer como que nada ha pasado optando por disimular hasta las mismas señales corporales que le delatan; Sumarse a la masa auto ridiculizándose denotando empatía con el medio y mostrando un sentido del humor único; O simplemente… salir arrancando.

Cualquiera sea el caso, tenga en cuenta que puede ser una enfermedad contagiosa, siempre habrá alguien que llegue a tener los mismos síntomas y al mismo tiempo que usted, pero el diagnóstico será distinto: Vergüenza ajena.