martes, noviembre 29, 2005

Crisis de los treinta

"Tengo treinta años y no quiero tener treinta años, tú la llevay". Esta frase del grupo de teatro de Helena Muñoz y compañía se marcó en mi memoria y nunca supe descifrarla. Supongo que se debe a que estaba lejos de cumplir la tercera década en ese entonces y el interés por ver una obra teatral relacionada con un grupo etareo distinto al mío era nulo.
Hace unos meses los treinta llegaron sin avisar y en el peor momento.
Hoy no tengo nada de lo que soñé tener cuando tenía veinte años y veía la vida como una aventura dominable y predecible. La casa propia, los amigos, la familia, el status material y mental, sobre todo mental.
Arriendo un pequeñísimo departamento, queriendo tener una casa, al menos mediana, con jardín y patio, un gato Persa y un perro Labrador.
Los pocos amigos que logré juntar fueron mi compañía y mi mas preciado tesoro, solo hasta que se les ocurrió traicionarme... y no en estupideces.
Jamás tendré hijos ni me casaré, no se porqué, solo lo se. Puedo justificarlo, quizás, por la aversión y la desconfianza que el compromiso entre seres humanos ha generado en mi en los últimos años y a la intolerancia a los niños y su comportamiento. La idea de la descendencia me gusta, lo que trae consigo... no.
Hoy vivo mis treinta años como una segunda adolescencia, sintiéndome muy viejo para salir a bailar, escuchar a Kudai, vestirme a la moda o cortarme el pelo de forma particular, o sentarme en la calle (como lo hacía antes), y muy joven como para escuchar ópera, forrarme en pantalones dockers y poleritas de colores pastel con cuello Polo y asistir solo a reuniones sociales del tipo adulto joven ñoño.
A todo eso se suma el maldito Peter Pan y su síndrome persistente, que aun cuando he logrado aturdirlo a son de adultos comportamientos y formales compromisos laborales, sigue siendo el invitado de piedra en mi vida. Capaz de botarme a la cama cualquier tarde y enfermarme de llanto, haciéndome sentir vulnerable y fuera de foco, desencajado entre quienes llevan los treinta con menos complejidad.

martes, noviembre 22, 2005

El poder de las palabras

Se puede formar una impresión correcta y completa de alguna persona con solo leer lo que escribe?, probablemente si, tratándose de artículos o pensamientos, pero qué pasa cuando se trata de una conversación por chat cuando el interlocutor es desconicido?.
Las palabras tienen ese poder de ser antojadizamente interpretadas, puesto que no llevan sentimientos o intensiones. Un simple 'Buenas tardes señora' puede ofender a quien va dirijida por el sólo hecho de ser soltera. En cambio un 'Buenas tardes señora o señorita según sea usted casada o soltera', puede eliminar ese problema, pero hacer ver a quien escribe como un complejo ser.
Complicado resulta entonces el escenario de las comunicaciones en la web si consideramos que la fauna humana es tan disímil como interpretaciones podemos darle a una misma frase.
Para reflejar correctamente el carácter o la personalidad en internet hace falta ser neutral a la hora de escribir y leer, ser paciente y permitir que los participantes dejen fluir sus ideas sin mayor cuestionamiento; cambiar la agresividad ante un comentario por una pregunta que nos aclare el real sentir de quien nos escribe.
Solo asi se logrará entender y conocer a quienes intentamos dejar algo más que letras muertas, en esta red que lucha día a día por ser mas humana, a pesar de los que no miden el poder de las palabras.

martes, noviembre 15, 2005

Ignorancia

He recordado a una antigua compañera de trabajo, que se burlaba siempre de las personas con alguna tristeza. Siempre decia que no entendía a la gente con depresión y se manifestaba en contra de la cursilería que desbordaba de la pena ajena. Era admirable (al menos para mi) ver que en su postura había una objetividad a toda prueba. Explicaba causa y efecto de cada uno de los males que le aquejaban al resto. Siempre fue muy alegre y divertida, un ejemplo de fortaleza, experiencia y positivismo. Eso creia yo, hasta que contrajo una depresión de aquellas que solo quienes hemos sufrido sabemos explicar. Le llevó cerca de 5 meses recuperarse, aunque nunca lo hizo del todo. Encerrada en su cuarto, sin mas luz que la de la rendija de una puerta, lloró hasta que se le secó el alma. Nunca se supo el porqué de su pena, creo que ni ella logró saber la causa. Pero cuando despertó de ella, se le vió diferente, mas fortalecida y humilde ante la vida, hasta daba consejos y empatizaba con quienes estaban pasando por algún traspies emocional. Y llegamos a dos conclusiones:
La soberbia no es más, que una muestra de ignorancia.
La vida se respeta en la medida que se vive.

miércoles, noviembre 09, 2005

Te recuerdo Gorda


Tuve una gata sin nombre, supe que sus hermanos, padres, tios y abuelos habían muerto uno a uno en el abandono, producto de atropellos o enfermedades. La adopté y la llame 'Gorda' y es que no estaba de humor de criar un gato, menos hembra y mucho menos encariñarme; solo buscaba rescatar a un ser vivo de las garras de la civilización hasta que cumpliese la mayoria de edad (1 año segun yo), luego de eso debería de irse.
Era una gata de la calle con un rostro mezcla de sufrimiento y hambre, y con un comportamiento esquivo, como acostumbrada a huir del miedo.
Al principio no fue fácil. A menudo olvidaba comprarle de comer por lo que sacrificaba mis propios tarros de atún para que ella comiese. Al verme sobrepasado por esta voraz invitada (hasta ese momento), el alimento especial para gatos, de envase color púrpura, fue la promesa bajo dos premisas: 'Alimentarla con lo que corresponde' y 'Ahorrar'.
El tiempo pasó y este animal de callejera raza mejoró su estampa, mostrando un pelaje único y rasgos de tranquilidad en su carita de ojos grandes.
De a poco y sin darme cuenta, fue tomándose atribuciones o mas bien retribuyendome la comida con compañía a la hora de la siesta, sedándome con su ronroneo.
Llego asi el tiempo del celo y su preñez fue inminente, asi como la pérdida total de sus cachorros debido a las malas condiciones del lugar que escogió para parir, justo el día en que falté a la siesta. Resultado de lo anterior y movido por el sentimiento de culpa, tome la desición de solicitar su esterilización, pero algo falló, fui yo... no estaba preparado para recibirla como me la entregaron, sedada casi completamente y con una costura en su barriga que parecía cremallera de disfraz.
Desde ese día dormiría en mi habitación hasta que se recuperara, pero decidió quedarse y lo agradecí, pues fueron días dificiles, de soledades y miedos para mi. Recuerdo que hasta le hablé en mas de una oportunidad.
Todos los días me acompañaba hasta el lugar en el que tomaba el colectivo a mi trabajo con una maulladera de reclamos por mi partida y cuando volvia siempre corría a recibirme con masajes de cara en las piernas que yo interpretaba como un cariñoso recibimiento.
Cerca de dos años pasaron desde que la adopté cuando enfermó gravemente, cabizbaja se pasó la mañana, acostada en el pasto del jardin. Al segundo día que sus sintomas aparecieran, la interné en una clínica para animalitos. El diagnóstico: 'Insuficiencia renal fulminante'. Probocada, segun el mismo veterinario, por la comida de envase púrpura que, saturada de magnesio, proboca la destrucción del riñon en los gatos. Pero había una salvedad, esto no le hubiese sucedido si contara con las vacunas necesarias.
Poco tardó para que la veterinaria me llamara esperando mi desición con respecto a la vida de mi amiga. Conectada a respirador artificial e inconsciente, esperaba a que yo diese la orden para apretar el boton que detendría su corazón.
A pesar de haber pasado ya cerca de dos meses de su muerte, aún es dolorosó incluso escribir estas líneas.
Mis ojos humedos, mi garganta anudada y mi pecho cerrado, recuerdan su compañía, dulzura y agradecimiento. Las tardes en que, arrullado por su mágico sonido, dormí placidamente; las veces que llegaba a casa con una bola de esas que rebotan, para que ella jugara hasta aburrirse; las noches en que se dormía junto a mi cara y no me dejase ver televisión, la compañía y el apoyo cuando el mundo me devoraba.
Supongo que ella fue quien me adoptó despues de perder a sus hijos, quisas de le extirpó toda posibilidad de ser madre pero no el instinto.
El sentimiento de culpa es horroroso y aunque me quede el aliciente de que le di dos años de vida que el mundo le negaría rotundamente, aun recuerdo el silencio seguido de la explosión de lágrimas cuando la veterinaria me preguntaba el nombre de mi gatita para hacer su ficha médica.
Adios mi gorda amiga.